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Las tijeras del jardinero

Dec 25, 2024

Bajo el vasto y abierto cielo del campo, donde el aroma de las flores silvestres se mezclaba con el aroma terroso de la tierra húmeda, vivía el señor Edward, un carpintero jubilado que había encontrado una segunda vocación en el arte de la jardinería. Sus días giraban en torno al cuidado de su jardín, y en sus manos curtidas, unas simples tijeras de podar se habían convertido en una compañera insustituible.

 

Las tijeras eran sencillas: un par resistente con una bisagra oxidada y mangos desgastados envueltos en goma verde descolorida. Para un extraño, parecía una herramienta común y corriente, pero para Edward, era una puerta de entrada a la armonía. Esta pareja había estado a su lado durante incontables temporadas, transformando su pequeño santuario en un vibrante oasis de flores, arbustos y vegetales.

 

Edward comenzaba sus mañanas temprano, justo cuando el rocío se posaba sobre los pétalos y las hojas. El frío metal de las tijeras encajaba perfectamente en su palma mientras caminaba entre las hileras de rosales que bordeaban el jardín. Cada planta parecía saludarlo, balanceándose levemente con la suave brisa. Se detuvo frente a un arbusto con flores de color rojo vibrante, algunas de las cuales habían comenzado a marchitarse.

 

Con mano firme, Edward cortó las flores marchitas, dejándolas caer silenciosamente al suelo. Se movía con precisión, sus movimientos eran lentos y deliberados, como si cada corte fuera parte de un ritual sagrado. El crujiente "tijeteo" de las tijeras resonó en el silencio, mezclándose con el leve zumbido de las abejas que revoloteaban cerca.

 

Para Edward, estos momentos fueron más que una tarea: eran una forma de conexión. A menudo hablaba suavemente a sus plantas mientras trabajaba, y su voz ronca transmitía historias de su juventud o palabras de aliento. "Volverás a crecer más fuerte", le murmuró a una hortensia que luchaba mientras recortaba sus ramas demasiado grandes. Las tijeras, aunque envejecidas, cortaban limpiamente, honrando su cuidado e intención.

 

El jardín no era sólo un lugar para que Edward cuidara las plantas; era un álbum vivo de recuerdos. En un rincón, crecía un ramo de lavanda, plantado hace años por su difunta esposa, Margaret. Había elegido el lugar con cuidado, diciendo que la fragancia entraría en la casa en las noches cálidas. Edward se detuvo junto a la lavanda, recortando sus tallos leñosos con una sonrisa agridulce. Aunque Margaret ya no estaba a su lado, su presencia persistía en cada flor que había cultivado.

 

Las tijeras también habían desempeñado un papel en la enseñanza. Los nietos de Edward habían pasado muchos veranos en el jardín, aprendiendo a podar con una guía cuidadosa. "Manos gentiles", les recordaba, mostrándoles cómo inclinar las hojas correctamente. Los niños ya habían pasado a una vida ocupada en la ciudad, pero las tijeras permanecían: un vínculo con aquellas tardes doradas llenas de risas y aprendizaje.

 

Al mediodía, Edward se había abierto camino hasta el huerto. Las enredaderas de tomate estaban cargadas de frutas, su rojo vibrante contrastaba con las exuberantes hojas verdes. Con ojo experto, recortó el follaje crecido, permitiendo que la luz del sol llegara a los tomates maduros. Las tijeras se sentían como una extensión de su mano, respondiendo a su intención con precisión y sin esfuerzo.

 

Mientras el sol se hundía, pintando el horizonte en tonos ámbar y rosa, Edward recogió los recortes en una carretilla. Limpió las hojas de las tijeras con un trapo, quitando savia y residuos, como hacía siempre al final del día. A pesar de su edad, las tijeras seguían siendo afiladas y fiables, un testimonio de su cuidado.

 

Sentado en un banco de madera debajo de un altísimo roble, Edward apoyó las tijeras a su lado. El jardín se extendía ante él, lleno de colores y texturas. Fue su obra maestra, reflejo de su paciencia y devoción. El débil canto de los grillos comenzó a llenar el aire a medida que descendía el crepúsculo, pero Edward se quedó sentado en silencio, contento.

 

Las tijeras de podar, que ahora descansaban en la luz mortecina, eran más que una herramienta. Eran un símbolo del vínculo duradero de Edward con su jardín: una asociación forjada a través de años de amor y trabajo. Con cada corte, cultivó no sólo las plantas sino también su propio sentido de propósito, encontrando alegría en el simple acto de cuidar la vida.

 

En el campo, donde el tiempo avanzaba lentamente y la naturaleza prosperaba, el anciano y sus humildes tijeras eran parte inseparable del paisaje: una historia viva de cuidado, resiliencia y la belleza de la sencillez.

 

 

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